domingo, agosto 25

Maldición.

Él quería sustancia, materia, palabras, un tema.
Yo no le di nada...
Frases sueltas. Ni tan siquiera un poema.

Solo un banquito en el que sentarse a escuchar.

Él insistía de nuevo con la historia idílica
que en su cabeza danzaba en forma de lírica.

Y me resistí.

Esa no era una canción que debiera existir.
Su melodía como la de un reloj, te hipnotizaba con su tic tac
Te contagiaba con su ding dong.

Y al igual que las agujas de esa caja de horas cortaban el aire
las palabras se afilaban como cuchillas cortando la respiración.

Esa no era mi canción.

No era mi letra, ni tampoco mi voz.
Solo una historia fugaz, un cuento de un momento.
Pero tan bonita era como triste...
Que la pesadez de mi ser se volvía incontenible.

No era canción de nadie.

Cualquiera que escuchase los lamentos de aquel narrador
habría descubierto que existen lágrimas procedentes del corazón.

Negué haberlo oído.
Sentencié cualquier sonido
Que en mi cabeza se retorcía y me recordaría...
Que aquellas palabras, como sombras, me perseguirían hasta el final de mis días.





La maldición de un hechizo irrompible.