lunes, enero 16
La eternidad de un lienzo.
Los cuatro lienzos; convertidos en cuatro paredes que me rodean y encierran sin derecho a salida.
El aire está recubierto por una mezcla de acuarelas, témperas y óleo.
No puedo escapar, los colores me atrapan en una oleada salvaje que me revuelve y maltrata, golpea y marea, pero que su espuma calma mis heridas.
Me agobio y agazapo. Las pinturas me angustian, llevo horas sin parar…
Mis manos están lastimadas de sujetar pinceles de todos los tamaños que ya se han convertido en mis dedos. Y mis pestañas, a veces perfilan pequeños trazos de acabados insignificantes, pero que sin ellos faltaría algo.
Una suave brisa se cuela, aun no sé por dónde. Arrastra un aroma indescriptible, me hace sonreír al sentir que aun existen olores más allá de lo acrílico, sin embargo, me trastorna por lo mismo; como un fuerte choque contra el suelo y lo real. ¿Pero todo esto se trata de algo verídico?
Comienzo a sentirme cada vez más como parte de un retrato, no por la belleza que puedan plasmar los míos a los que tanto tiempo dediqué, sino porque soy incapaz de mover un solo músculo.
Me percato de que mis brazos son ahora finas huellas al aguatinta y cualquier ademán de ellos imposible. ¡Condenada a estar para siempre en la misma posición!
Debería trazar una puerta por la que fugarme, pero no me queda con qué luchar, solo una paleta a mis pies inmóviles.
Pasan los segundos. ¿Qué es esto…? ¿Una… capa de barniz?
Se termina el cuadro, un cuadro del que ahora formo parte y en el que me han apresado.
He sido confinada a una obra de arte.
martes, enero 10
Un gramo de azúcar y diez de sal.
Ojos claros, la piel oscura…
Si empezara a describir a la hermosura serías tú
cuando susurras al mal que
hulla.
Siempre te comparan con la dulzura, dulzura, dulzura.
¿Qué sucede con la olvidada sal?
El salado de nuestros besos al despertar.
Recorrer tu espina dorsal y saborear el llanto del mar
es mucho mejor que los dulces, las golosinas; los domingos
de cal.
Sin amargura. Una pizca de más… Para poder dar vida a tu
sangre muda
y jugar con tu cintura a mil posturas de locura.
Envolvernos en un suspiro de sabores para así degustar la Luna.
Verás cómo es salada… Y su piel, cruda.
lunes, enero 2
La fragilidad de las cosas.
En ocasiones, cuesta creer que algo tan idílico y a la vez
tan real puede llegar a tener un final.
Me cansa hablar de sueños. Rara vez yo también conservé los
pies en el suelo; normalmente al caer, o en esta ocasión, ver caer mitos.
Las personas fingen y siguen sus vidas, realmente es mejor
así a estancarse. Pero… ¿No es increíble? Cómo todo puede concluir en una décima de segundo,
tan solo por un puñado de palabras. Por una puñalada de
palabras.
Esos sucesos fugaces que nos acontecen como las estrellas de
mismo nombre, que rozan el cielo y demuestran que se apagan por cada suspiro
despedido.
O como una vela, que se consume en la misma noche que
acabamos un buen libro.
Es duro pensar en los posibles desenlaces. Nada es eterno, eso
es tan seguro como la vida misma. Pero cuando aparentemente todo continúa su
curso, al igual que el de un río, nunca reparamos en que este siempre perece en
el mar.
Todo tiene una fragilidad e inestabilidad y si se descuida,
esto crece, llegados al punto de no soportar su peso, resbalarse entre nuestros
dedos y hacerse trizas.
Es difícil de asimilar,
de aprehender, que los mitos sin esperarlo caen y las leyendas, leyendas son.
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