sábado, septiembre 17

Vaivén.



El columpio se adelantaba, retrocedía.

Como las olas en la orilla del mar

Como los rayos que las nubes pasajeras tapan

Como un péndulo de un viejo reloj

Como un “hasta luego”.


El columpio se adelantaba y retrocedía.

Como un paso de baile

Como mis amagos

Como mis sentimientos

Como un “hasta pronto”.


El columpio se adelantaba para ya no retroceder más.

Como mis logros

Como mis errores

Como las risas

Como los lloros

Como el fin de mi agonía.


Como un Adiós.

domingo, septiembre 4

Instintos.

 Siempre me aferré a mis instintos según recorría aquel trecho pedregoso. Presentía cada peligro tras los matorrales acechándome y no bajaba la guardia. Era precavida entonces, me fiaba de mí misma y de nadie más, me fue bien. Sin embargo no viajé sola eternamente, en aquel sendero me encontré a un joven que creía saber de la vida, conocerse todo el bosque y con qué útil atacar a cada animal. Acabó por acompañarme.
 Él hablaba, no paraba, yo simplemente le escuchaba, aunque a veces hacía caso omiso, no es que fuera demasiado inteligente, además; debía atender también a mis instintos.

            Transitábamos la zona más peligrosa del bosque, y no solo era por las rocas duras que parecían estar orientadas a propósito hacia el cielo a la hora de pisarlas sino que el ramaje de los árboles se hizo más espeso y nos impedía seguir, por lo que cogí mi daga y comencé a abrirme paso entre las lianas que colgaban de este.

-   No malgastes el filo de tu bonito cuchillo en esas sucias plantas, sigamos por este camino.– Sugirió el muchacho que me había acompañado ya durante un par de días. 
-   Ni hablar, me niego. Sé que hay que ir por aquí. –Prestaba atención a mis sentidos, no tenía un buen presentimiento.
-   Vamos, no seas tan tozuda. Hazme caso por una vez, llevamos todo el camino siguiendo tus indicaciones.

Bufé ya que en parte tenía razón, pero mi instinto era tan fuerte en aquel momento que titubeé por un instante. Tras una larga discusión sin sentido cedí pesarosa y perseguí las huellas que él iba dejando a su paso.

Luego de una media hora caminando, ceñuda observé a mi alrededor. Boquiabierta reparé en una secuoya inmensa. Sin embargo, un enorme arañazo en su tronco desfiguraba su hermosura. Curvé mis labios y me detuve examinándolo. El chico seguía caminando, esquivando todo tipo de evidencia de que se acercaba el peligro. Me parecía tonto la mayoría de las veces.

            -  Deberíamos volver y abrirnos paso entre las lianas. –Insistí.
            -  Ni hablar, tardaríamos horas. –Chistaba él gruñón para acto seguido tropezar con una raíz del árbol.
Reprimí una carcajada, aunque se lo merecía. En ese momento me desentendí de mis sentidos, mi instinto ya no parecía tener tanta fuerza…

- En fin, qué remedio… -Entorné mis ojos, resignada y alzándolos sobre mí, se detuvieron en la copa del árbol y se abrieron de golpe. Había una pantera que no parecía querer entablar una charla sobre lo cómoda que estaba en las ramas.


           - ¡Diablos, Josh! ¡Te lo dije! –Rabié empuñando una de mis dagas. Al percatarse él ahogó un grito, se incorporó y desenvainó su espada.

La pantera dio un salto y al pisar el suelo se convirtió en una hechicera. Inspiraba temor con su sola presencia.
   -   Has ignorado tu instinto, Greinne.
   -  ¿Cómo demonios sabes mi nombre? –Le espeté. Nunca he sabido cerrar la boca cuando tenía que hacerlo.
   -  Sé muchas cosas de ti, más de las que crees. –Me dijo ella con una sonrisa pedante e insoportable.
   -  ¡Qué vas a saber tú, vieja! –E imprudente de mí le lancé mi daga al corazón. No debía perder oportunidad para atacar, sin embargo, la daga le atravesó el pecho como si fuera un fantasma. Creo que eso solo la provocó.
 Aquella mujer se rió de nosotros, sobretodo de Josh, que temblaba como un flan. - Sois unos críos insensatos, merecéis la muerte. –Gruñó.

Mi mundo se detuvo. Todos mis esfuerzos, todo el largo camino que anduve ¿para qué sirvió? Ignoré lo que por siempre me fue fiel: mi intuición, y ya era demasiado tarde. ¿Cómo era posible que ese fuera el fin de mis días? 

En aquel momento sentí mi corazón estremecerse y mis piernas flaquearon. Caí como si me aplastaran contra el camino, sobre aquellas piedras puntiagudas.
No supe muy bien lo que ocurrió, solo recuerdo un destello y cuando volví a abrir los ojos estaba en una vieja cabaña.

Aun sin moverme en aquello que parecía una cama, cuando mi mirada se acostumbró a la luz que salía por la sucia ventana, vi que Josh estaba sosteniéndome la mano y dormido en una silla. Nunca entenderé a este chico.

Lo único que sabía con certeza desde que recuperé la consciencia es que no debería desatender más mis sentidos, mis instintos, sino que debía anteponerlos a cualquiera que se cruzara en mi camino. 


Debía aprovechar la oportunidad de seguir con vida.