En ocasiones, cuesta creer que algo tan idílico y a la vez
tan real puede llegar a tener un final.
Me cansa hablar de sueños. Rara vez yo también conservé los
pies en el suelo; normalmente al caer, o en esta ocasión, ver caer mitos.
Las personas fingen y siguen sus vidas, realmente es mejor
así a estancarse. Pero… ¿No es increíble? Cómo todo puede concluir en una décima de segundo,
tan solo por un puñado de palabras. Por una puñalada de
palabras.
Esos sucesos fugaces que nos acontecen como las estrellas de
mismo nombre, que rozan el cielo y demuestran que se apagan por cada suspiro
despedido.
O como una vela, que se consume en la misma noche que
acabamos un buen libro.
Es duro pensar en los posibles desenlaces. Nada es eterno, eso
es tan seguro como la vida misma. Pero cuando aparentemente todo continúa su
curso, al igual que el de un río, nunca reparamos en que este siempre perece en
el mar.
Todo tiene una fragilidad e inestabilidad y si se descuida,
esto crece, llegados al punto de no soportar su peso, resbalarse entre nuestros
dedos y hacerse trizas.
Es difícil de asimilar,
de aprehender, que los mitos sin esperarlo caen y las leyendas, leyendas son.
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